Un encuentro que lo marcó para siempre
Las olas golpeaban con fuerza el barco. Juan Pablo Duarte, joven y ansioso por aprender del mundo, viajaba con Pablo Pujols rumbo a un destino que cambiaría su vida. En la cubierta, el viento helado se mezclaba con las conversaciones de los tripulantes.
De pronto, el capitán español fijó su mirada en Duarte y lanzó su desprecio sin reparo:
—¿No te avergüenza decir que eres haitiano?
Duarte, sin dudar, contestó con firmeza:
—Yo soy dominicano.
El capitán esbozó una sonrisa burlona y golpeó con palabras aún más hirientes:
—Tú no tienes nombre. Ni tú ni tus padres lo merecen. Cobardes y serviles, inclinan la cabeza bajo el yugo de sus esclavos.
Duarte sintió un golpe seco en el pecho. Bajó la cabeza, pero no por sumisión, sino porque su interior ardía en pensamientos. Algo dentro de él había despertado.
El juramento de un patriota
El viento soplaba fuerte, pero en su interior algo aún más poderoso se encendía.
"Juré en mi corazón probarle al mundo entero que no solo tenemos un nombre propio—dominicanos—sino que éramos dignos de llevarlo."
No era solo una herida en su orgullo. Era una promesa de vida.
De la humillación a la revolución
Su viaje lo llevó por tierras donde la libertad se conquistaba con ideas y valor. Londres, Francia, España… Cada experiencia lo moldeó. Cuando regresó a Santo Domingo, su misión estaba clara.
En 1838 fundó La Trinitaria.
En 1844, proclamó la independencia.
El insulto que una vez lo humilló, se convirtió en el fuego que liberó a su pueblo.
Un legado que sigue vivo
Duarte jamás permitió que su patria siguiera sin identidad. Hoy, cada dominicano que defiende su soberanía es parte de aquel juramento.
AHORA..¿Cuál sería el desprecio que abriría tus ojos?