Un Caribe militarizado, un régimen cercado
El Caribe ha dejado de ser una zona de respiro geopolítico. Estados Unidos ha lanzado el mayor despliegue naval en años contra el régimen de Nicolás Maduro, con buques destructores, escuadrones anfibios y unidades de Marines aproximándose a las costas venezolanas. No es un ejercicio de rutina. Es una declaración de fuerza que revive los ecos de la política de garrote en pleno siglo XXI.
Desde Washington, la narrativa es clara: Venezuela ha dejado de ser un Estado fallido y ahora se define como un “narco-Estado” y una organización “narco-terrorista”. Lo dice la DEA. Lo repite el Pentágono. Lo confirma la Casa Blanca. Y la presencia de buques como el USS Iwo Jima, acompañados de 4,000 efectivos armados con aeronaves F-35, no deja dudas sobre la seriedad de la amenaza. No es solo Maduro. Es Diosdado. Es el ELN. Es la FARC. Es la red que conecta la selva con los puertos y desde allí hacia el norte del continente.
La línea política de República Dominicana
En medio de esta tensión, la República Dominicana permanece en silencio diplomático, pero no sin postura. Recordemos que desde 2019, el país desconoció la legitimidad del régimen de Maduro, alineándose con Estados Unidos y respaldando oficialmente a Juan Guaidó como presidente interino ante la OEA. Esa decisión selló una línea estratégica que se mantiene vigente: RD está del lado de la democracia, del orden constitucional y de la lucha contra los regímenes autoritarios. No hace falta repetirlo. Ya lo hicimos cuando más costaba.
Hoy, mientras el Caribe hierve, esa alineación cobra un nuevo significado. No hemos condenado el despliegue militar estadounidense. No hemos pedido moderación ni expresado reservas. Hemos optado por la observación cauta y, con ello, hemos ratificado una posición que favorece el eje democrático y de seguridad liderado por Washington.
La presión migratoria: el otro frente
Pero este no es solo un conflicto entre potencias. Es un conflicto que ya se respira en nuestras calles. República Dominicana alberga actualmente a más de 121,000 migrantes venezolanos, la cifra más alta en todo el Caribe. Jóvenes, capacitados, deseosos de trabajar e integrarse. Y sí, el Plan de Normalización de Venezolanos (PNV) ha sido una respuesta digna: carnés de identificación, acceso a visas temporales de estudio y trabajo, oportunidades formales.
Sin embargo, el programa enfrenta limitaciones severas: costos altos, inscripción individual, y poca cobertura familiar. Muchos venezolanos siguen en la informalidad, sin contrato, sin cotización, sin seguridad social. Y eso no es sostenible si viene otra ola migratoria.
Porque si el régimen de Maduro cae de forma abrupta, o si el conflicto escala a una intervención, la crisis migratoria podría multiplicarse. Más presión sobre nuestras instituciones, más peso sobre nuestros hospitales, escuelas, servicios municipales. Más tensión entre lo político y lo humanitario. Y esta vez, sin margen para improvisar.
¿Está preparada República Dominicana?
La pregunta no es retórica. ¿Estamos preparados para absorber una crisis venezolana al borde del colapso total?
Desde lo político, la línea está clara. Desde lo diplomático, nos mantenemos coherentes. Pero desde lo social y presupuestario, aún hay vacíos estructurales. Y si algo nos enseña la historia es que la geopolítica no avisa: impacta sin pedir permiso.
Estados Unidos ya ha puesto sus cartas sobre la mesa. La Casa Blanca habla con voz firme. La DEA acusa. El Pentágono se moviliza. Y nosotros, aquí en Santo Domingo, debemos decidir si solo observamos o si comenzamos a actuar con anticipación estratégica.
Porque si algo está claro es que el conflicto ya no es entre Venezuela y Estados Unidos. Es una tormenta que ya toca nuestras puertas. El tiempo de las declaraciones ha terminado. Empieza el tiempo de la preparación.