Una crítica patriótica a las palabras de Julio Manuel Rodríguez Grullón
Por: Juvenal Brenes
En recientes declaraciones, Julio Manuel Rodríguez Grullón expresó que “los haitianos no se van a ir” y que los dominicanos debemos resignarnos a “tolerarlos” y “buscar la manera de convivir en paz con ellos”, aun reconociendo que Haití atraviesa un caos social, político y cultural. Bajo una óptica aparentemente razonable, sus palabras esconden una peligrosa renuncia al deber patriótico que legaron los fundadores de la República.
Rodríguez Grullón parece más preocupado por la sensibilidad del discurso que por la soberanía de la nación. Habla de “soluciones pacíficas”, de que estamos “condenados o bendecidos” a compartir la isla, y hasta se atreve a afirmar que los haitianos tienen “un nivel cultural inferior”, como si esa fuera razón suficiente para normalizar una convivencia impuesta por la inacción y el abandono del interés nacional.
Pero ¿qué diría Juan Pablo Duarte ante esta postura?
Duarte fue claro y tajante:
“Antes preferimos el exterminio de la raza a vernos nuevamente subyugados por el yugo haitiano.”
Frente a esta firmeza, la resignación de Rodríguez Grullón se convierte en una claudicación. Es una forma elegante de entregar la República, disfrazada de tolerancia y paz. No hay paz posible sin respeto a la soberanía ni tolerancia válida que implique rendición.
También dijo Duarte:
“Sed justos lo primero si queréis ser felices. Y si queréis paz y concordia trabajad por la justicia.”
Justicia no es permitir la ocupación lenta y continua del territorio dominicano. Justicia es que cada nación recupere su estabilidad dentro de sus fronteras, y que nosotros, como pueblo, defendamos con firmeza el derecho a existir como República libre, soberana e independiente.
Aceptar como inevitable la permanencia masiva de ciudadanos haitianos en territorio dominicano es abdicar del mandato duartiano. Es ignorar que el Estado haitiano nunca ha renunciado a sus pretensiones sobre la isla completa, ni ha mostrado voluntad de construir una convivencia respetuosa de las fronteras.
Rodríguez Grullón propone una falsa dicotomía: o hay tolerancia o hay conflicto. Pero la verdadera alternativa patriótica es otra: hay soberanía o hay sometimiento. No se trata de promover odio, sino de exigir orden, legalidad y respeto por la dominicanidad.
La solución a la crisis haitiana no está en convertir a la República Dominicana en su salvación automática, ni mucho menos en sacrificar nuestra estabilidad para compensar el colapso del vecino. Duarte lo dejó escrito con claridad:
“La República Dominicana no debe jamás renunciar a su independencia ni a su identidad, porque su existencia es el escudo de la libertad del pueblo dominicano.”
No se van, dice Rodríguez Grullón. Pero la pregunta correcta es: ¿y qué vamos a hacer los dominicanos al respecto? ¿Aceptar mansamente esa realidad o, como Duarte, sostener que “nuestra Patria ha de ser libre, aun a costa de nuestra propia vida”?
La historia no absuelve a los cobardes.